b- Significado del Crismón

Secciones:


- Del período entre el Cromlech pirenaico-Camino de las estrellas y la Cristianización-Camino de Santiago

Del período entre el cromlech pirenaico-Camino de las estrellas y la Cristianización-Camino de Santiago

En la búsqueda de nexos de unión y de semejanzas entre el primitivo Camino de las estrellas y el cromlech pirenaico, en el que éste parece haber sido inicio del primero. Más tarde, dentro ya de la cristiandad y del actual Camino de Santiago, se adquiere la impresión de que el crismón, fue desde el inicio un símbolo de significado vario, fruto de sincretismos que intentaron representar creencias diferentes, las unas pertenecientes a las religiones astrales dominantes que fueron absorbidas por el cristianismo, y, las otras, patrimonio exclusivo de éste.
Dicho lo cual, con profundo respeto y temor a equivocarme, y de herir sin pretenderlo sensibilidades ajenas, voy a intentar razonarlo, a sabiendas de que, en buen número de ocasiones se camina por sendas diferentes a las habituales, con frecuencia consagradas, para adentrarme por senderos que, además de arriesgados, en cuanto a credibilidad se refiere, pueden no tener salida.
— ¿Por dónde se va a Roma?
—Por ahí.
Es verdad. Y, además, los romanos, lo dejaron bien escrito mapas incluidos. Sin embargo, a los romanos, ya desde Estrabón antes de que el Cristianismo viera la luz, más que disentir sobre cuanto escribieron de nuestra historia, se les puede censurar aquello que, aun siendo clamoroso, callaron. Y, luego, no siempre se quiere ir a Roma y, entonces, cuanto dicen los que pretenden no sólo ir a Roma, sino que ese sea el único destino posible para todos, terminan por tergiversar un poco aquí y allá, por mentir algo, y, sobre todo, por callar, silenciar y, no dar cuenta de lo que temen pueda crear escuela e incitar a la gente a cambiar de destino, por ejemplo, en lugar de a Roma, pretender ir a… En fin, que en la historia, por lo menos en sus albores, se encuentran errores y lagunas.
— ¿Cómo se pueden silenciar el significado de unas construcciones —los cromlech pirenaicos— que se extienden de E a O, o viceversa, a lo largo de más de 200 km, y no dejar nada escrito sobre la cuestión?
El hecho es que se ocultó, aunque este momento esa no es la cuestión. El asunto, pudiera estar, en el hueco, en la laguna que dejó la historia. Que, se está intentando colmar a partir del momento en que, en Del crónlech pirenaico (Descodificación astronómica de una religión olvidada), se afirmó razonadamente que: todos los cromlech pirenaicos representan estrellas, siempre. Y, en escritos posteriores, ya basados en este supuesto, dando cuenta: de los posibles significados de éste; de la distribución de los grupos de cromlech pirenaicos sobre el terreno; de algunos principios de la religión astral que los inspiró; de las lenguas que utilizaron, etc., hasta llegar a, tras no menos de dieciséis siglos de dominación religiosa sin competencia, a enlazar con el Cristianismo, bajo el amparo de una gran potencia militar como fue Roma, con la ayuda de variados sincretismos y componendas que, resultan ingratas de narrar partiendo de conjeturas, coherentes, pero conjeturas. ¡Buena laguna para rellenar!, tal vez, demasiado grande y difusa para el pequeño número de hitos que presenta. No resulta extraño que las narraciones históricas existentes resulten tan escasas para tan largo espacio de tiempo, en zonas cuya historia debió de ser convulsa, de ahí que de una parte no pueda sorprender la presencia de lagunas históricas y, de otra, que éstas permitan realizar algunas elucubraciones de nuevo cuño al amparo del vacío existente, dando énfasis y poniendo en evidencia hechos y sucesos, que fueron obviados por la historia.
Al margen de la confusa y, con frecuencia, divergente información que, proporciona el período de romanización y cristianización pirenaica, la historia, no obstante, nos ha legado numerosos documentos, pero nos ha dejado, por ausencia de información sobre las religiones astrales, una laguna histórica que estamos tratando de colmar, después de considerar que la época más activa de éstas religiones en el Pirineo y su zona de influencia, está comprendida, como máximo entre la construcción del cromlech pirenaico —600 a.C.— y la reanudación hacia el oeste de la peregrinación del primitivo Camino de las Estrellas, después de la culminación del sincretismo que le convirtió en Camino de Santiago.
Los romanos llegaron a España con la 2ª guerra púnica, tomaron Sagunto en el 209 a.C. y Jaca, según Tito Livio, en el 194 a.C. En el 75-74 a.C., Pompeyo fundó Pompaelo (Pamplona) sobre un poblado existente, la ciudad fue destruida por francos y germanos a finales del siglo III d.C. y vuelta a construir, rodeada de una muralla, en el siglo siguiente, el IV.
La bibliografía existente, sobre la llegada y el asentamiento de los romanos a la Península es tan amplia y, de otra parte, tan fácil de obtener que se ha dejado iniciada una pincelada por su importancia, para que cada uno se forme su propio criterio partiendo de los hechos que prefiera destacar y no se desarrolla por entender que se trata de una disciplina que dada sus numerosas fuentes su información desbordaría al cromlech pirenaico, carente de ella,  minusvalorando el nuevo punto de vista que de éste se pretende ofrecer. El cromlech pirenaico, objeto de este trabajo, estuvo vigente en el Pirineo, al igual que los conocimientos necesarios para su construcción, no menos de cinco siglos antes de los romanos, y sus valores y cuanto representaba convivieron con éstos, hasta que el cristianismo, auspiciado por Roma, logró absorber la religión astral que los propició, de formas diferentes. Estos hechos forzosamente se tuvieron que producir durante el período de cristianización, los eruditos afirman que, históricamente, se trata de un período mal documentado y es posible que así sea para un proceso que duró varios siglos; sin embargo, comparado con la nula información que sobre el cromlech pirenaico y su religión astral pirenaica, da la sensación de que nos movemos dentro de la mejor de las hemerotecas. No obstante, no vamos a adentrarnos en un estudio sobre la cristianización en el Pirineo, sino a volver a dar una pincelada sobre la misma que sirva de enlace entre vestigios que apuntan haber pasado de la primera a la segunda, para ello recordamos entrecomillado parte de lo ya dicho, en otra ocasión:
“Estos cambios hoy olvidados, que constituyen lagunas no presentadas en la historia, se podrían colmar con cierto rigor, remontándose a la época de la cristianización, momento histórico en el que parece se produjo la ruptura y fusión de las viejas ideas y las nuevas, de forma pacífica en ocasiones con la ayuda de sincretismos. Se puede indagar, en busca de vestigios existentes en aquella época, aunque necesitados de comprensión. En el Pirineo parece haberlos, cuando menos, en el propio cromlech pirenaico, en la toponimia, en los santuarios primitivos y su evolución al cristianizarse, y en símbolos que perduran en la arquitectura del arte Románico. No obstante, el largo período de cristianización, de profunda importancia en el Pirineo, no puede sólo ceñirse a él, es preciso tener además en cuenta la cristianización en su conjunto tanto en Oriente como en Occidente, inmensa tarea que se sale del resumen-punto de partida que pretenden ser estas notas. Incluyendo geográficamente, al mismo tiempo que, la correspondiente a la zona pirenaica, no sólo referida a la parte de montaña y de zona de cromlech pirenaicos sino a las tierras que se extendían de los ríos que nacían al sur del Pirineo hasta el Ebro, de las que se encuentra aceptable documentación como la reflejada en el artículo del inglés Rogers Collins: “El cristianismo y los habitantes de las montañas en época romana”. Collins con otros autores informa que la opinión más optimista apunta a una cierta cristianización hacia los comienzos del siglo IV en Calahorra, mientras que, la de los vascos de la montaña, según algunas fuentes, se pudieron cristianizar a fines del siglo VIII, se trata de fechas extremas en las que los diferentes eruditos y autores, no se terminan de poner de acuerdo. Entiendo que, en este caso, la exactitud es menos relevante que el hecho en sí: hubo períodos de importancia en cuanto a tiempo, en los que se evolucionó desde ser dominante la ‘religión astral pirenaica’, cuya principal expresión conocida es el cromlech pirenaico, a serlo el cristianismo. Si tenemos en cuenta que la fecha de construcción del cromlech pirenaico, se sitúa hacia el 600 a.C., nos encontramos, con que la religión que lo inspiró pudo tener una vigencia, no cuestionada por otras religiones, del orden de unos 1000 años y que el cristianismo pudo necesitar unos 400 años para convertir a la parte más reticente, las gentes de la montaña. El sincretismo final, que pudo terminar en la práctica unificación de ambas religiones, no debió de efectuarse en época muy distinta al de la identificación del primitivo ‘Camino de las Estrellas’ en el nuevo ‘Camino de Santiago’: en fecha imprecisa del siglo IX, encontraron los restos de Santiago el Mayor, que, en los siglos IX y X su culto tuvo, a lo que parece, un carácter local; en el siglo XI, se produjo un fortalecimiento internacional de la ruta y en el siglo XII, se originó el auge de las peregrinaciones. Entre tanto, se fueron realizando distintos asentamientos que terminaron siendo hitos importantes del Camino: en 1076 se constituyó Jaca, casi al tiempo, en 1164 el ‘burgo’ de Estella; en 1122 Puente la Reina; San Cernin en Pamplona en 1129. Asentamientos francos que trajeron advocaciones como: San Martín, San Nicolás, San Saturnino, etc., y, sobre todo, nuevos modos de arte europeo.”
Cita que con otras, sirvieron para hilvanar y glosar la parte de carácter astral, probablemente heredado de los santuarios primitivos sobre cuyos solares están edificados, nuevos templos de la enjundia simbólica de San Miguel de Aralar y Santa María de Eunate. En esta ocasión, se aspira, amparados en el hecho de que la religión astral pirenaica, muestra señales de la presencia de parte de sus creencias en las construcciones cristianas, a buscar dentro de los templos existentes del Románico, ornamentaciones y esquemas arquitectónicos que apunten a un nexo de unión entre la religión astral pirenaica y el cristianismo. Hecho un repaso entre los posibles ornatos, parece oportuno, siguiendo la secuencia histórica, pensar en el arte del Románico en general y en su diseño arquitectónico y el crismón en particular. Sin embargo, antes de comenzar a analizar el crismón en sí mismo, convendría adentrarse en sus antecedentes.


Antecedentes del crismón


El crismón, a primera vista, cuenta con referencias gráficas de formas variadas que provienen de la prehistoria, siendo, probablemente, las ruedas aspadas grabadas en piedras y en pinturas rupestres, sus primeros antecedentes. Ya, en época histórica, más adecuada por tanto para comenzar a establecer evoluciones y analogías susceptibles de relacionar, creencias y religiones inmediatamente anteriores con el cristianismo, debemos señalar: las estelas discoideas de la península ibérica y el lábaro de Constantino el Grande.
Los conocimientos que de ellos tenemos, están debida y ampliamente documentados y cuentan con extensa bibliografía, de entre ella es forzoso aludir a: Estelas discoideas de la Península Ibérica del erudito polaco Eugeniusz Frankowski, Estelas discoideas de la Península Ibérica, Ediciones Istmo, 1989, Madrid. Este libro en su primera parte es una reproducción facsimilar de un trabajo del mismo título y autor, publicado en 1920 y, en su segunda, un estudio complementario realizado, también, sobre estelas discoidales y sus posibles orígenes simbólicos. El trabajo está hecho por reconocidos eruditos en la cuestión y se refiere a diferentes regiones peninsulares. Generalizando someramente, en cuanto a orígenes y simbolismo, me han interesado los dos trabajos sobre la cuestión que, en la 2ª parte, presenta José Mª Gómez-Tabanera. Del primero: Mito y simbolismo de las estrellas funerarias de la Península Ibérica, entresaco: —p.261— “… todo tipo de simulacros y creaciones líticas de varia importancia y significado y que vemos sucederse en el curso de los milenios en los arcenes de la historia, hasta la utilización de las primeras estelas discoideas vinculadas a esa religión universal que es el Cristianismo, surgidas de un sincretismos cuyas raíces se hunden en la Prehistoria y cuyo origen hay que buscar en los distintos comportamientos del hombre ante la muerte.”; en —p.268—: “De aquí que más de un autor haya podido hablar de un cierto culto solar prerromano en el NW., pero también en las Asturias, Cantabria, Celtiberia y Vasconia, a expresarse en estelas funerarias. En realidad no sabemos nada de la cuestión: quizá con tal simbología únicamente se quiso encomendar al muerto a un Dios Innominado al que se dedicaron estelas anepígrafas y al que se le imaginaba, bien o mal, en una conformación astral. ¿Acaso miles de años antes no ocurría algo semejante con el dios local de Babilonia, Sahmash, ‘sol que hace vivir al muerto’, soberano del mundo de los muertos y de las regiones infernales?”; p.273: “Indudablemente hay que aceptar el sincretismo que surge, por un lado del esfuerzo del Cristianismo medieval que intenta superar la sensibilidad religiosa del hombre barbárico y por otro, de la lucha contra las supersticiones y los últimos vestigios de la herejía. Empresa que en la España septentrional y en el ámbito pirenaico se asume, al igual que en Armenia, en los confines extremos de Europa, utilizando el lábaro crístico como símbolo de la fe, incluso en abierta competencia con otros símbolos como la misma hexapétala, e incluso del mismo Solis Invictus tan caro a la liturgia Hispano-romana. Indudablemente, hoy por hoy, es difícil afirmar en muchos casos cuál fue la prioridad de los símbolos que empezaron a ser insculpidos en las estelas discoideas, tales como el crismón o el mismo lábaro, este último para algunos anticuarios signo de particular simbolismo en la Cantabria romanizada.”; además, en la nota 26 de p. 273, aclara: “Tales símbolos aparecen casi siempre vinculados a otros de carácter astral que desde tiempo atrás son objeto del interés de distinguidos arqueólogos y cuyos prototipos se encuentran en el Asia Anterior. Véase al respecto G. PERROT et CHIPIEZ, Histoire de l’art en Chaldeé et en Assyrie ; G. DECHELETTE, Manuelle d’Arqueologie prehistorique celtique et gallo-romaine II, etc., … ». Y, también en el citado libro, en el segundo trabajo del profesor  Gómez-Tabanera —pp. 483-506—: Estelas discoideas del noroeste (Asturias y Galicia), podemos subrayar, conceptos, frases y palabras: “…vinculen la aparición de la estela discoidea funeraria en la Península a particulares sincretismos que se producen en la iconografía funeraria celtibérica durante la Romanización.”; “… creencia en una divinidad astral…”; “…simulacros de significación zodiacal. Consecuencia todo ello, quizá, de un posible legado indoeuropeo tardío, …”; “ … aparecen insculpidas una especie de hexapétalas (símbolos astrales) de tradición indígena…”; “ … fruto del sincretismo indígena peninsular con Roma y su adaptación posterior al Cristianismo.”; “… con sus representaciones astrales… influidos, más o menos por una ‘mística’ milenaria vinculada a un culto ctónico solar indígena que seguirá manifestándose incluso en la Romanización y vigente aún con la recepción del cristianismo …”; “… siga latente el nexo que pueda darse entre ciertos cultos astrales de un legado indoeuropeo celta y …”; “ De ser así, podría hablarse de un ritual de incineración-solarización en la que el sol —cuyo símbolo se representa en los presuntos simulacros inhumatorios— viene a representar un vez más, según se expresa J. M. Blázquez, en una ‘potencia vivificadora, protección sobrenatural y esperanza en una futura vida astral’.” La nota 19 de esa misma página 503, apunta: José M. Blázquez, ‘El sincretismo en la España romana entre las religiones indígenas, griega, romana, fenicia y mistéricas’, en La religión romana en Hispania, pág. 190, Madrid, 1981.”
Figura 1
  
Además, antes de sacar conclusiones de estas notas, entre las muchas fotografías y dibujos de estelas discoidales que vienen representadas en la nueva edición del libro de Frankowski, muestro la correspondiente a la figura 1, fotografía  de una estela de Agüero —Huesca—, de la misma en la p. 382, entre otras cosas, se dice: “ … El ejemplar exhibe tan solo una cara decorada. En la misma aparece como motivo central una roseta hexapétala de hojas lanceoladas de 7 cms. de longitud, inscrita en un círculo inciso en la piedra. Este viene rodeado por una orla circular de 5 cm. de anchura, que contiene 18 circulitos de unos 3 cms. de diámetro, y a continuación…”, poco más abajo continúa, “La decoración presenta una cierta originalidad, prestada sobre todo por la orla que contiene los pequeños discos. Se trata éste de un motivo existente en ejemplares diversos del País Vasco francés (5) y del departamento de Aude (6): pequeños círculos rodeando una roseta, estrella, cruz o anagrama de Cristo.” En las notas 5 y 6, de la citada p. 382, se precisan las ubicaciones de las estelas citadas por el autor. En anotación personal interesada, creo que los 18 circulitos con el central sumarían 19, dando pie a pensar que la roseta hexapétala pudiera relacionarse con intercalaciones, en realidad no lo sé.
Personalmente, a las roseta, estrella, cruz o anagrama de Cristo, añado Virgen, como la del retablo del Santuario de San Miguel de Aralar en el que se ve a la Virgen rodeada por otros 18 llamativos circulitos, más otro a su disposición para completar los 19, relacionados, diría, como se comenta en el apartado a) de Religión, con la equiparación de los ciclos solar y lunar. Un adelanto, por así decir, del que terminó siendo el ciclo metónico de 19 años, después de haber sido observado y utilizado en Babilonia. Hermann Hunger y David Pingree, Astral Sciences in Mesopotamia, BRILL, Leiden-Boston-Köln, 1999, en la p. 199 y siguientes nos cuentan con rigor la historia. De las analogías se hace responsable el aficionado.
 Como resumen a esta lectura, la conclusión final, pudiera ser: los motivos más habituales que decoran las estelas tienen clara inspiración astral indígena, y, en buena parte sin o con pequeñas evoluciones proceden de la prehistoria y de Mesopotamia —obras como: Signes sans paroles (Cent siècles d’art rupestre en Europe occidental), Jean Abélanet, Éditions Hachette, 1986, dan idea precisa en numerosas figuras de la realidad de la afirmación. De otra parte, en multitud de documentos, resulta tan abundante y abrumadora la información al respecto que no vale la pena insistir en ella—. Las estelas funerarias tienen una datación muy variada que va desde los siglos IV o V a.C., las de la acrópolis de Clunia, provincia de Burgos, a algunas que todavía se hacen en la actualidad; no obstante, desde el punto de vista de este trabajo, tal vez las más informativas pudieran ser las esculpidas en la época en la que se consagró el sincretismo cristiano-astral.
— ¿Qué información escrita existen de este tipo de interpretaciones?

— Ninguna, de ahí el interés que tiene percatarse de las manifestaciones astrales que tengan visos de verosimilitud. Al decir, de los grandes estudiosos de las religiones astrales, como Franz Cumont, existe una laguna histórica en la época de su vigencia. Se puede añadir, además, que ésta fue coincidente con los finales de la protohistoria y comienzos de la historia; sin embargo, nada que no sean figuraciones, podemos añadir a estos hechos y otros reveladores para levantar sospechas indemostrables. La desaparición de los conocimientos acumulados en la Antigüedad, por medio de destrucciones, saqueos e incendios, es sabida, no vale la pena entrar en detalle, no probaríamos nada. Sin embargo, es bien cierto que a través de la traducción, de más en más precisa, de las tablillas mesopotámicas —dicho en genérico— y de los nuevos diccionarios podríamos, tal vez, verificar estas hipótesis interpretativas en el futuro. 


Símbolos cristianos y paganos, relacionables


El Románico, expresión artística y simbólica de mayor amplitud y consistencia del período de cristianización en el Extremo Oeste europeo, parece conformar la parte más sustancial del mensaje que el cristianismo presentó a la, aquí supuesta, religión astral que la precedió y, en consecuencia, en él  pudieran encontrarse alguno de los nexos de unión entre ambas religiones; hecho que, además de merecer la pena ser estudiado, resulta obligado profundizar si se pretenden hallar analogías y sincretismos entre ambas. Estos pretendidos nexos de unión, heredados de dos religiones correlativas en el tiempo, se deben de empezar a buscar partiendo de las posibles relaciones entre los vestigios de las representaciones físicas e históricas de una y otra: Caminos de las Estrellas y de Santiago, cromlech pirenaico y Románico.
A esta conclusión, provisional y tal vez arriesgada, se ha llegado después de analizar diversas observaciones, entre otras: las posibles razones ocultas que algunos santuarios, ermitas, etc., hoy cristianizados, encierran, ya que en su día fueron elegidos sus emplazamientos por considerarlos adecuados para expresar principios y creencias astrales que parecen, también, inspiradores del cromlech pirenaico. El cromlech pirenaico, como se viene argumentando desde hace un par de décadas, parece proceder de una religión astral que, en el comienzo del estudio, se calificó de ‘olvidada’. El calificativo de ‘astral olvidada’ subsiste, pero en su derredor se han ido tejiendo y perfilando hechos razonados que permiten insinuar sin rubor que tal nexo entre Camino de las estrellas y Camino de Santiago, y por tanto, entre cromlech pirenaico y Románico, debió de existir.
Aceptada, como hipótesis de trabajo, dicha propuesta, vamos a tratar de encontrar relaciones hurgando primero en algunos significados patentes en el cromlech pirenaico. Así, si recordamos que entre las funciones que sus constructores dieron a éste, se halla la de indicar, con ayuda de los astros: divisiones y efemérides de los ciclos anuales principalmente del lunar y solar y su sincronización; la de marcar orientaciones y límites geográficos, relacionadas estas funciones con la medición y el señalamiento del tiempo y del espacio, etc. Se ha pensado, por analogía, que en el Románico, existe un elemento, sin duda simbólico, en sus construcciones que bien pudiera encerrar parecidos significados. Lo cual no quiere decir que sea realmente así sino que se trata de un supuesto razonable y, por tanto, digno de estudio. Este elemento, no es otro que el famoso y misterioso crismón.
Antes de entrar en los detalles y variantes de construcción del crismón en el Románico. Conviene realizar un pequeño estudio sobre las posibilidades que, desde un punto de vista teórico, pudiera ofrecer éste. Si le consideramos como un dial con forma de esfera de reloj, tal como suele estar configurado con variantes, podemos imaginarlo, cuando menos, como medidor de tiempo y como brújula para determinar y comprobar orientaciones. 
Figura 2 (Crismón de San Martín de Riglos)

El crismón de la figura 2, situado en la Ermita de San Martín, sita en Riglos (Huesca) se ha imaginado como medidor del ciclo anual, y es ejemplo de una de las posibilidades del crismón, la de medidor de tiempo. El citado crismón consta de 6 brazos que alcanzan la circunferencia del círculo dividiéndolo en 6 partes de 60º, este crismón en concreto cuenta con otro brazo central más corto. Olañeta clasifica este tipo de crismones como de 7 brazos, entiendo que para explicar el doble significado, pagano y cristiano, que refleja el crismón en general y el de 6 brazos en particular, es válido considerar en este ejemplo, únicamente los seis brazos largos que son los que forman los sectores de 60º de la circunferencia. Para mejor comprensión de lo que entendemos fue el simbolismo primero del cromlech, que viene desde el neolítico en la representación de cruces aspadas y ruedas, se han añadido en la figura 2 las etiquetas que justifican la cruz de San Andrés, tan presentes en el cromlech como en las orientaciones utilizadas por sus constructores. Constantino el Grande, tuvo una gran visión en incorporarlo a su lábaro, al igual que los artífices del Románico al crismón. La fotografía e información se ha obtenido, en www.claustro.com, página de Juan Antonio Olañeta, quién en el apartado: Introducción al catálogo de crismones, refiriéndose a éstos dice: “… es un auténtico desconocido.”, “… el interesante y misterioso mundo de los crismones medievales.” Afirmaciones de experto —basta con recorrer su página para darse cuenta— que nos permiten suponer que en el crismón existe una especie de misterio sin desvelar, tanto sobre su origen como sobre su significado. El citado catálogo es enormemente ilustrativo, permite al profano hacerse una idea de la gran variedad de tipos de crismones existentes e introducirse en su conocimiento, con la seguridad de que la información que se le suministra es fehaciente y contrastada. Es apta, por tanto, para iniciar tanteos dentro de las especulaciones que se están presentando. Agradezco a los estudiosos y eruditos que, como Olañeta, nos acercan con rigor, a éste y otros temas monográficos de especialista, a través de Internet. Resultan de gran ayuda.
La elección del tipo de crismón, de 6 aspas, presentado es intencionada, corresponde a la de alguien que viene del cromlech y está iniciando el Camino y que considera esta división en 6 partes iguales, conceptualmente, como la que mejor representa un posible sincretismo de la religión astral que precedió al cristianismo con éste, de entre los diferentes tipos de crismón existentes.
 La forma circular del crismón es la ideal para representar ciclos de tiempo y, también, para delimitar el espacio en toda la vuelta al horizonte.
La representación del crismón de la fotografía, encaja a la perfección los ejes astrales que dan significado al cromlech y al espacio que ocupa, son: 1- El eje 120º-300º, está representado por el aspa que acompaña a la A —alfa— situada en el borde de los 300º cruzando el centro de la circunferencia con la de 120º; y 2- El eje 60º-240º, ambos son ejes solsticiales y componentes de la cruz de san Andrés. Se inicia en la representación con el aspa situada, en dirección de 60º, junto a la w —omega— para terminar hacia los 240º, y, por fin, el eje 0º-180º, que va de N a S. De las 6 aspas, si tratásemos de medir el año en el círculo, cuatro son solsticiales, las correspondientes a los extremos de los ejes 60º-240º y 120º-300º, y forman, diría, la auténtica y primigenia cruz de San Andrés, ineludible y constante en el estudio sosegado geográfico-astronómico del cromlech pirenaico.
Desde un punto de vista teórico, teniendo en cuenta todas las coordenadas que parece utilizaron en la construcción del cromlech pirenaico, resulta verdaderamente ilustrativo el crismón del Catálogo de Crismones de www.claustro.com, copiado en la figura 2 y perteneciente a la Ermita de San Martín situada en Riglos (Huesca), en él además del eje N.-S., tan presente en el cromlech pirenaico, se hace un guiño al, equinoccial E.-O., tan utilizado y tan tenido en cuenta en las casualidades orográficas, como se hace mención al hablar de triángulo de La Luna Creciente —Uskara­—. Este crismón, respecto a los tan comunes de ocho partes iguales de 45º que respetan con precisión los ejes N-S y el equinoccial  E-O, dando igual importancia a éste al llevarlo hasta los extremos del círculo, destrozan el valor representativo solsticial de la cruz de San Andrés al  reconvertir sus ejes: 60º-240º y 120º-300º en 45º-225º y 135º-315º, respectivamente; de otra parte, los múltiplos de 6, en el círculo de 6 partes de 60º, permiten, obtener números enteros, multiplicando por 2, del número de meses del año —o de lunas por ajustar al ciclo solar—. (El seis, coincidía también, en Babilonia con el número de ‘minas’—una medida de volumen de una especie de reloj de agua— que en realidad era pareja de una medida de tiempo el ‘beru’, equivalente a 0,5 minas.  De otra parte, a lo largo del día, 1 mina = 4 horas; por tanto, 1 día constaba de 6 minas, luego, éstas equivalían a 12 bêru, 24 horas; además, 1 beru = 30º de un círculo y equivalía a 2 horas). La información entre paréntesis ha sido obtenida, principalmente, de Astral Sciences in Mesopotamia de Hermann Hunger & David Pingree, Koningklijke Brill, Leiden, Holanda 1999 y de diversas páginas de Internet. En general, se trata de deducciones derivadas del estudio concienzudo de las Tablas Mul-Apin, de las que se infiere también que los mesopotámicos tuvieron en cuenta, la diferente duración del día y de la noche durante las distintas épocas del año, así: en los equinoccios pensaron que el día duraba 3 mina, igual que la noche; en el solsticio de verano, el día duraba 4 mina y la noche 2 y, en el solsticio de invierno el día duraba dos mina y la noche 4. Naturalmente, los datos suministrados por ellos, siempre estaban referidos a las coordenadas de Mesopotamia y a la época de las observaciones que, muchos autores, sitúan hacia el 1000 a.C.
Sin conocer antecedentes, aunque tal vez existan, que avalen las elucubraciones personales, pudiera ser que con el crismón se pretendiera en sus inicios, hacer una representación del tiempo y del espacio. Si así fuese, la representación gráfica respecto al tiempo que se viene de imaginar con la ayuda del crismón semejaría a un reloj y la del espacio a una brújula. Ambas parecen estar superpuestas en el crismón. Desde un punto de vista teórico-especulativo, respecto a un hipotético señalamiento del tiempo en el crismón, podríamos imaginar:
1- Que el crismón de la fotografía de la página anterior muestra, diríamos hoy, las horas del día en el solsticio de verano. Y, también, y simultáneamente, pudiera tratarse de una representación gráfica del ciclo anual. En el primer caso, esta especulación supondría un comienzo del día al ocaso del sol —como se computaba en Babilonia y en otras civilizaciones— que, parece ser forma adecuada de explicar la posición de ambas letras en el crismón, la A situada al comienzo del día y la w al terminar la noche. En el segundo caso, una hipotética representación del ciclo anual, la posición de principio y fin de la alfa-omega del círculo, podrían estar indicando los límites del recorrido del sol, señalados en el solsticio de verano desde su puesta a 300º junto a la A de la figura del crismón, hasta su salida a 60º marcados por la w del mismo modo que indica el diagrama de posiciones extremas del sol y de la luna a lo largo del año —figura 2. La representación de los crismones de 6 brazos separados por 60º, curiosamente, pueden representar con igual precisión, tanto al día como al año; ahora bien, el día primero de año en Babilonia, cuando el día era más largo, el día del solsticio de verano. Las tablas Mul-Apin, suponen que el día tenía 4 mina el día, 8 bêru, 16 horas diríamos hoy, y la noche 2 mina, 4 bêru, 8 horas. Y, el crismón de 6 aspas lo refleja con precisión matemática ¿casual?, 240º para el día y 120º para la noche; en el solsticio de invierno, hace lo mismo pero al revés, como debe de ser y el sol y la luna nacían a lo largo del año, expresado en el crismón en perfecta expresión gráfica entre los 60º y 120º para morir entre 300º y 240º formando entre los ejes de oposición luni-solar 60º-240º y 120º-300º, no sé, si la cruz de San Andrés o una cruz de San Andrés.
2- Otra posibilidad técnica, de menor evidencia, que apunta el crismón es la de poder representar una especie de Rosa de los vientos, medio brújula, con objeto de poder tener una idea de orientaciones celestes y terrestres. Wayne Horowitz en Mesopotamian Cosmic Geography, Cap. 8, pp. 193-207, titulado: BagM. Beih. 2 no. 98 and the Compass Points, analiza el incompleto dibujo de la tablilla BagM. Beih. 2 no. 98, suponiendo con razonamientos, que representa un círculo con un cuadrado inscrito en él, cuyos vértices se orientan a los cuatro vientos. La figura de la tablilla y las que de ella y otras tablillas escritas deducen, tiene fácil encaje simbólico en el crismón, que, dada la época posterior y de mayores conocimientos en que fue concebido, se muestra más moderno para se interpretado como una Rosa de los vientos. No obstante, lo verdaderamente interesante del capítulo, atañe más al cromlech pirenaico y su entorno, que, en sola referencia, al crismón. Con toda seguridad, otro día, destacaría otros puntos, sin embargo, hoy, me llama la atención:
Que en Mesopotamia, como nosotros, aceptaban cuatro vientos primordiales: N, S, E y O, aunque, en realidad sus vientos no eran realmente precisos, en el sentido de que el N era más bien un NE- NO y el S un SE-SO. No obstante, a los vientos primordiales les asignaron nombres en sumerio: al N, le llamaron IMsi.sá o IMmir, al S IMùlu, al E IMkur.ra y al O IMmar.du. En la notación que empleaban, el exponente inicial ‘im’ significa ‘viento’. Horowitz, también cita los nombres acadios y da variantes como si.sá = esêru. Al final, es cuestión de tiempo, se empiezan a comparar, estos y otros nombres, con topónimos todavía existentes y no con varios sino con muchos, en distintas ocasiones incluso separadas por años y, se llegan a algunas conclusiones, que, a lo mejor, cualquiera sabe, no pasan de intuiciones indemostrables; pero, creo, diría, que parecen tener fundamento, tanto que, me atrevo a realizar algunas insinuaciones en esta, para mí, ingrata y resbaladiza materia, por ejemplo:
a- En primer lugar sorprende la gran y estrecha relación que la toponimia, guarda con la astronomía y las creencias religiosas que debieron de imperar cuando se hicieron las nominaciones originales.
b- A continuación, la lengua utilizada, a juzgar por el nutrido número de topónimos que con ella obtienen significado individual coherente con el conjunto, en primera instancia parece que fue el sumerio, después o ¿al tiempo? está presente el acadio y, por fin, se superpone y flota el vasco, sobre todo en la zona de influencia de Peñas Aia, dando la impresión que las cabezas, que dieron cima a los últimos sincretismos que terminaron por unificar y pacificar las dos religiones en discordia, la vieja astral pirenaica y la nueva, el cristianismo, por parte pirenaica fueron vasconas, por tanto se expresaban en vasco, mejor, visto desde hoy y dada la evolución que de él se desprende, protovasco, que, en parte indeterminada, da la sensación que debió de sufrir cambios notables y progresivos durante el período de cristianización, que contribuyeron a olvidar y hacer evolucionar la religión astral imperante en la zona, hasta que se integró mediante sincretismos y pequeñas argucias en la nueva religión. Nada nuevo, la historia nos revela que en los cambios de poder, salvo que se haya machacado al enemigo, siempre se han realizado acciones similares que el tiempo se encarga de acallar.
c- En este resumen que no se ha llegado a desarrollar, asombra que tan comprometidas suposiciones, argumentadas en otra parte del escrito, en desacuerdo con muchas creencias vigentes, permanezcan todas ocultas y silenciadas en la historia, estamos hablando del primer milenio a.C. y del primero d.C., tiempos a caballo entre la protohistoria y la historia. Si embargo, apenas se comienza a remover el pasado, los hechos se hacen patentes, no se pueden ocultar, se podría mirar a otro lado y preguntarse ¿dónde constan estas suposiciones por escrito? Que se sepa, sobre todo ligadas como un todo, en ningún sitio, pero están ahí en el Oeste Extremo, en la montaña en el lugar adecuado y con nombre original, en las construcciones del cromlech pirenaico y del románico, dando significado comprensible a la laguna histórica que eruditos en las diversas disciplinas que atañen al caso intuyen y apuntan.
d- Al margen, se llega a la conclusión de que las palabras más comunes en pueblos de agricultores y ganaderos, como las de los puntos cardinales, montañas, ríos, cielo, tierra, mar etc., unas por neutras, y otras por polémicas o beligerantes en fase de cambio, como las referidas a ciertos dioses o sus atributos, las que dan idea de la relación que pudo haber y hay entre dos lenguas. Con esta premisa, han aflorado relaciones fiables del sumerio y acadio con el vasco moderno, como se trata de demostrar en otro apartado.

Volviendo al crismón propiamente dicho, sin terminar de desarrollar, las posibilidades que, respecto a la representación y medición de diversos ciclos de tiempo, se aúnan en el círculo y, por tanto, en el crismón. Desplazándonos, provisionalmente, del círculo como posible representación espacial, se sugiere, que:
a- El crismón de la figura 2, indica con total precisión el eje 0º-180º, N.-S.

Insisto en manifestar la obviedad y simpleza de estas observaciones; me pasa con cuanto vengo elucubrando sobre el cromlech pirenaico: no creo en soluciones complicadas, no corresponderían a la época. Diría, simplemente, que nos negamos a ver las cosas con sencillez, como ellos, con sus conocimientos de cuando pudieron comenzar a imaginar lo sagrado con los datos presentes en la naturaleza, los profetas todavía no habían captado revelación alguna. Las religiones astrales, nacidas hacia el 600 a.C. según Cumont, antes de pretender unificar el pensamiento de las gentes, a través de la ortodoxia emanada de presuntos profetas sabios y santos varones deseosos, sin embargo, de poder —nada nuevo—, partieron de sencillos datos físicos observables, no morales. Éstos, llegaron después, cuando… de otra historia.

(De los ‘ara’, salen caminos en muy diversas direcciones. Se pueden mostrar siguiendo el rodar celeste de la Vía Láctea. En otras ocasiones, nos hemos referido a ella, siguiendo a Norman Davidson, diciendo que constituye una especie de zodíaco brumoso, ahora, hacemos hincapié en su capacidad para significar una especie de rosa de los vientos, capaz, además de medir ángulos de aproximada precisión analógica, cuya simplificación práctica y simbólica, pudiera estar representada en un crismón de seis brazos. Los tres primeros brazos, dividen la circunferencia en tres sectores de 120º cada uno, cuyos dedos ejes salen del centro de la circunferencia: el primero hacia el norte, el segundo al SE. y el tercero al SO. Los tres segundos brazos también separados por 120º, se entrelazan con los primeros y son las prolongaciones de estos hacia el S., NO. y NE. Representando una circunferencia dividida en 6 sectores de 60º cada uno, señalados por brazos emplazados a: 60º, 120º, 180º, 240º, 300º y 360º, o, si se prefiere, 0º. Entiendo que, aunque estemos intentando explicar, después de observarlas, analogías, si no consiguiésemos explicaciones coherentes y engarzadas con lógica, unas con otras, estaríamos fantaseando, legítimo divertimento del que se está huyendo, a lo mejor sin éxito, como de la peste, desde el comienzo de este trabajo. Continuando con el razonamiento, si numerásemos cada uno los ejes citados del crismón en el sentido de las agujas del reloj, el situado a 60º, llevaría el número 1, luego el de 120º el 2, el de 180º el 3, el de 240º el 4, el de 300º el 5 y el de 360º o 0º, el 6, en sumerio el 1 se llama gesh ( o ash o dish ), el 2: min, el 3: esh o pesh, el 4: limmu o lim, el 5: iá o ya, el 6: àsh; al mismo tiempo, si pensamos en grados sexagesimales: el 1, correspondería a 60 = gesh, el 2 a 120 = gesh-min, el 3 a 180 = gesh-esh, el 4 a 240 =gesh-limmu, el 5 a 300 = gesh-iá y el 6 a 360 = gesh-àsh.
—¿Y?
—Tengo la impresión o intuyo —el relato pasa de la 3ª a la 1ª persona y viceversa al advertir mayor riesgo e implicación personal. No es lo mismo decir que 4 en sumerio se dice limmu, como se puede comprobar en cualquier diccionario que suponer que pudo ser el eje de los 240º-60º en el crismón, o, decir que los topónimos: Limoges y Limousin proceden de él, vía: Limu-gesh, eje 4-1, es decir, 240º-60º y Limu-Sin, 4-240º-dios luna, es decir, el ocaso y giro de Sin en el solsticio de verano. Supuestos sin refrendo ajeno que paso a 1ª persona—. Que estos ejes, entre otras cosas pudieron señalar direcciones, por ejemplo de la Vía Láctea o, simplemente de la rosa de los vientos, estimo que es una posibilidad coherente. Desde un punto de vista teórico-astronómico humano, son de gran interés los ejes 1-4 y 2-5. En 1 nacía el sol y la luna en su punto más al norte —60º—, el primero en el solsticio de verano y la segunda en el lunisticio de invierno; mientras que, el lado opuesto del eje, el 4 —240º—, era de ocultación, del sol en el solsticio de invierno y de la luna en lunisticio de verano. En el eje 2-5, el punto 2 —120º—, ‘min’ y ‘gesh-min’ respectivamente en sumerio, correspondía a la salida del sol en el solsticio de invierno y de la luna en el de verano, y, el 5 —300º—, al de ocultación del sol en el solsticio de verano y de la luna en el lunisticio de invierno. Dicho lo cual, creo que no es posible describir, ni buscar el significado de estos ejes con arreglo a un solo criterio, es preciso, al menos enumerar varios de entre los que parecen mostrarse, sin olvidar que, con toda probabilidad, existen otras posibles interpretaciones. De momento, relacionamos los brazos del crismón con: los números, el sol, la luna, las estrellas, los vientos y las orientaciones de su rosa. Del eje 2-5, en sumerio: min-ía, y con Yves Bonnefoy, ya se ha contado pero se repite sin alargar la necesaria exposición por la transposición, É-a = Aia, ia/ia’u; 120º-300º, y, en opinión personal, = Bel-ea, Bel-ía, Bel-aia, Bel-eia, incluso Ur-ea, Ur-ía, Ul-ía, etc. en orden a la salida del Can Mayor —Bel— aproximadamente a 120º, en 2, y al 5 de ‘ia’ o ‘ya’ en sumerio. Este eje, pudo dar origen a numerosos nombres y topónimos, tales: Oria, Uria y Ulia. Por fin, el eje 6-3, 360º-180º, en definitiva el N.-S., teniendo en cuenta el sumerio, pudo denominarse: ash-pesh, ash-esh…, teniendo en cuenta los números, y, fijándose en la Rosa de los Vientos, pudieron centrarse en derivados de ‘mir’= norte y ‘ulu’= sur, de los que existen ejemplos como Miranda, Miravalles, Urkulu, etc. dignos de ser estudiados. Al margen de este crismón que pudiera considerarse el primitivo o el inspirador, soñado con la Vía Láctea, parece interesante señalar aquellos que manteniendo la separación de los ejes a 60º, como aconseja una adecuada marcación de los movimientos luni-solares a lo largo del año, añaden otro eje en dirección E-O, dividiendo cada uno los sectores 1-2 y 4-5 en dos nuevos sectores de 30º; con frecuencia, este eje E-O no se completa, figura 2, y queda subrayando la orientación E-O; pero, simultáneamente, dejando constancia que la presencia y significado de este pequeño eje era independiente, de menos grados en sus sectores adyacentes —30º—, por tanto, de menor rango que la del crismón de 6 sectores de 60º cada uno. O, algo así, y, en cualquier caso, seguro, que menos y más. Pero, suponer que el crismón simbolizó direcciones y puede señalar las pre cartesianas coordenadas que presiden el cromlech pirenaico, es decir, tuvo relación con el espacio y sus orientaciones y, simultáneamente, representó ciclos de tiempo, sobre todo, el anual, considero que es una apreciación digna de tenerse en cuenta y de estudiarse pues no deja de ser, tal vez uno de los primeros y más logrados intentos de representar, en un solo símbolo —el crismón—, ese gran misterio que nos resulta tan difícil de entender y que, sin embargo, parece el meollo de nuestro existir: la relación espacio-tiempo.)

El Norte geográfico, antes de la aparición de la brújula, además de por los vientos, como en Mesopotamia, debió de ser percibido en la noche con la ayuda de las estrellas. En las pp. 198-199 de la cita anterior, Horowitz, extraído de las tablas Mul-Apin, da cuenta de que la llegada del viento de la dirección de la Osa Mayor —Margída— indicaba el viento N.; desde el Pez Austral —Ku—, Fomalhaut para nosotros, llegaba el viento S.; desde Perseo—Sugi— y las Pléyades —mul.mul— se levantaba el E. y desde el Escorpión —Gírtab— el O. De otra parte, en el mismo capítulo E. Weidner interpreta de la tablilla AfO 7 271, que en Mesopotamia, cada dirección de la brújula abarcaba una zona de 90º, así el N incluía al NE y al NO, al igual que el S consideraba al SE y al SO, interpretación que se repite en los otros dos puntos cardinales, E y O. Supuestos que en Mesopotamia hacen que los puntos cardinales, más que como puntos, fueran considerados como zonas de 90º. En tanto, que si en el crismón de la p. 7, aplicásemos un criterio semejante, los cuatro puntos que marcan la Cruz de San Andrés: 60º, 120º, 240º y 300º en el crismón, inscribirían en el círculo un rectángulo en lugar del cuadrado que empuja a imaginar los restos existentes de la tablilla BagM. Beih. 2 no. 98. Desde un punto de vista teórico, este rectángulo se acerca mucho más a la realidad que interpretando el cuadrado deducido de esta tablilla, ¿fruto de que el crismón se concibió siglos más tarde? Sobre todo si se entiende que el Este y el Oeste, fueron definidos como las zonas de salida y puesta del sol a lo largo del año, en cuyo caso, las línea que van de 60º a 120º y de 240º a 300º, definen ambos E. y O. con precisión. Por contra, las líneas del rectángulo 60º-300º y 120º-240º, que limitarían el N. y el S., respectivamente, señalan, un norte y un sur, más extensos que, los este y oeste, supuestos en el círculo y cuadrado de la tablilla en cuestión. La interpretación del rectángulo inscrito en el círculo, además, coincide con la idea que tenían en la época de que la forma de la tierra, era oblonga. De otra parte y en otro plano, el triángulo formado desde el centro del circulo y del rectángulo, en el preciso cruce de las líneas que forman la cruz de San Andrés, con los radios del círculo que van a 300º y 60º, y el lado que une a los puntos de intersección de estos en el círculo forman un triángulo que llevado a la realidad geográfica peninsular encaja en la provincia de Santander, interpretando que se trata de un nombre de origen sumerio, que, dado el carácter aglutinante de esta lengua, podría entenderse como: Santak o Santagn- An =triángulo- cielo, con cierta probabilidad de un lado, y, otro, con posibles y distintas aglutinaciones, derivadas de Bar, Der—Tir—, Da, etc., que tendrían lógica con el significado que se puede obtener de diccionarios y lexicones; llevada la elucubración al mapa, apostaría por situar el vértice central en la zona de Peña Labra, el vértice de los 300º a la desembocadura del Deva, después de haber observado su curso lindante al macizo de Ándara, el oriental de Picos de Europa, y, para terminar como vértice de 60º, me gusta la desembocadura del río Asón en Santoña —en realidad, hoy se sitúa en Castro, pero, me gusta Santoña, para llevar la hipotenusa del triángulo del mar Cantábrico al estuario de la Gironde y la Santogne aquitana, dando otro pequeño toque a la geografía política actual—.
Horowitz, concluye el capítulo 8 con un pequeño apartado: BagM. Beih. 2 no. 98 como una “Brújula Antigua” que concluye diciendo: ‘Sin embargo, la prueba citada más arriba no prueba que BagM. Beih. 2 no. 98 esquematice una brújula antigua, porque no está claro como un tal dispositivo trabajase y el texto está demasiado estropeado para permitir alguna conclusión final. Todas estas hipótesis, deducidas de fragmentos remanentes, deben permanecer sólo como hipótesis pendientes del descubrimiento de copias más completas o de fragmentos perdidos que puedan ser unidos a la BagM. Beih. 2 no. 98.’ Trasladado el pensamiento a lo dicho del crismón como supuesta brújula antigua, se deduce una opinión similar, si bien el crismón comentado, técnicamente se aproxima más que los restos de la tablilla al dial de una rosa de los vientos que no contradice en ningún caso; sin embargo, es bastante dudoso, aunque es buen ejercicio como hipótesis de trabajo pensar que el crismón fuera concebido con este fin, como parte de las concesiones que se hicieron a la religión astral pirenaica, a las que se puede añadir la hipótesis expuesta de crismón calendario y la interpretación dada, de acuerdo con éste a las letras alfa y omega. Para opinar en hipótesis del resto de las letras, tal vez debamos de comenzar por el principio de estos símbolos de significados varios y acomodaticios para todos, que estimamos fruto de sincretismos, que, en el cristianismo comenzaron a fraguarse en el Lábaro de Constantino el Grande.
El lábaro de Constantino, tiene entre sus antecedentes, las coordenadas utilizadas en la construcción del cromlech pirenaico y la Cruz de San Andrés, deducida de ellas. Los tan citados ejes que forman la Cruz de San Andrés, existían desde siglos antes de la llegada del cristianismo y las crucifixiones romanas. La cruz de San Andrés puede considerarse el símbolo por excelencia del paganismo astral, última religión, y tal vez primera, pergeñada en parte sobre observaciones y razonamientos de hechos reales. Precedió al cristianismo y a casi todas las religiones reveladas. Su símbolo, fue evolucionando con el tiempo, se formó mediante sincretismos, añadiendo nuevos significados, que terminaron cuajando en el lábaro de Constantino el Grande y en el Crismón del Románico, e hizo de cabecera, con variantes, de todos los escritos de los monarcas europeos, incluidos los de la propia zona del cromlech pirenaico, siendo, con el resto peninsular, la zona donde más se prolongó su uso.
De Constantino el Grande, su lábaro y de la cruz de san Andrés, se ha hablado en otros capítulos.
 Ahora, en el capítulo del crismón, procede recalcar que el lábaro constantiniano parece un antecedente de éstos que vemos presentes en buena parte del arte románico y se presta a una doble interpretación simbólica: de un lado, pagana con consideraciones técnicas como las hechas más arriba sobre los ejes en cruz de san Andrés y el Pesh, 3, al eje N-S, y de otro, cristiana al interpretar la ‘chi-rho’ como un anagrama de Cristo, en definitiva parece que pudo tratarse de la evolución de un símbolo primitivo conocido por todos, hacia un significado más ambiguo y menos preciso que, por ejemplo, una rueda aspada, para representar las antiguas creencias; pero, más acorde y cercano de las nuevas. En cualquier caso, parece verosímil que Constantino lo utilizase inicialmente como estandarte de un ejército compuestos por combatientes de distintas procedencias, ideales y religiones, ya que la nueva enseña en sí puede ser explicada de formas diferentes dependientes del grupo al que se envíe el mensaje.
El lábaro, como el crismón y otros símbolos escritos utilizados hasta mucho más tarde y se transcribe en la figura, además de las alfa y omega de las que se ha dado una doble explicación que apunta a un posible sincretismo pactado. Cuenta con dos letras P y S, la segunda ausente en el Lábaro de Constantino, que también deben interpretarse. El crismón, habitualmente, de manera similar a la fotografía, en el eje N.-S. lleva en formas diversas dos ¿letras?, digamos para comenzar, una P en el Norte y una S en el Sur. Los eruditos en la materia, no se ponen de acuerdo en el significado de ambas, La primera suele ser vista como ‘pe’ latina o como ‘rho’ griega. Al entender que no se puede intentar buscar significado al crismón, sin dar opinión sobre ambas, P y S. Vamos a ver, en primer lugar qué opinan sobre ellas algunos eruditos en esta cuestión.
Hacer un resumen del sentir de los eruditos sin serlo, resulta tarea arriesgada; sin embargo, vamos a tratar de esbozar una especie de sinopsis ilustrativa sobre lo ya dicho por otros del crismón, con ánimo, no de refutar opiniones ajenas sino de intentar hacer hueco a alguna propia, sincrética y derivada de la religión astral pirenaica —subyacente en el cromlech pirenaico— que imperó, al menos en el Pirineo, antes del cristianismo para terminar siendo absorbida por éste.
      Las opiniones ajenas sobre el crismón han ido saliendo de lecturas dispersas y, sobre todo, de Internet. La ya citada página de Juan Antonio Olañeta www.claustro.com, parece un buen comienzo para acercarse al crismón; pero, introduciendo la palabra crismón en los buscadores habituales, se encuentra una amplia información sobre la cuestión. En la web de Olañeta se puede observar una amplia variedad de tipos existentes, sin embargo, ahora no estamos analizando los diferentes tipos de crismón sino tratando de encontrar significado nuevo a las P y S, presentes en los crismones, generalmente en el eje N.-S. Sobre el significado de la P parece haber mayor consenso que sobre la S, en general de la primera dicen que se trata de la letra griega rho (R, r) que, con el aspa formada por dos los ejes del crismón en representación de la X latina o, mejor, de la C (chi) griega constituyen, unidas ambas, las dos primeras letras del nombre de Cristo (CR-ISTOS). Símbolo éste, CR, que procedía desde el año 312 del lábaro de Constantino I. Con posterioridad, dicen que se añadieron la alfa: A, en mayúscula, y la omega: w en minúscula, recordando que Cristo era el alfa y el omega, el principio y fin de todas las cosas. La S, en opinión generalizada, apareció con posterioridad, se considera, con alguna frecuencia, que representa al Espíritu Santo, Spiritus. La presencia de la S, dicen que vino a reforzar, saliendo al paso de algunas herejías y del Islam, el carácter trino del Dios cristiano: el Padre, representado, como se ha dicho, por la CR; el Hijo por las alfa y omega y, por fin, más tarde, el Espíritu Santo por la S. De la S también suelen decir que es el símbolo de la serpiente. En definitiva, dejando todavía de lado otras interpretaciones, incluidas variantes de las expuestas, el crismón procede, desde un punto de vista cristiano, del anagrama de Cristo presente en el lábaro de Constantino que constituye, desde este emperador, uno de los símbolos cristianos más recurrentes. El citado anagrama, antes de representarlo sobre piedra, en el arte románico, comenzó a aparecer, de muy diversas formas, al comienzo de documentos e inscripciones.

 El estudio: “Crismones y símbolos invocativos cristianos hispano-visigodos” de Rogelio Pacheco Sanpedro y Elena Sotelo Martín, Universidad de Alcalá, publicado en la Web: http://anmal.uma.es/numero6/Pacheco.htm , da una idea precisa de la evolución y uso del símbolo desde Constantino y los primeros concilios (siglos IV y V), hasta caer en desuso en toda Europa, salvo en España donde todavía se utilizaba el ’signo o anagrama que aparece habitualmente en el inicio de documentos e inscripciones ...’ hasta reflejarse y perpetuarse, con variantes, en los crismones del románico. 
Figura 3

    Dejando de lado el resto de Europa, y ciñéndonos por ahora, parcialmente, a las cercanías pirenaicas y, más aún, a los signos que encabezan  algunos documentos de reyes navarros, que podríamos considerar dada su similitud y cercanía en el tiempo como coetáneos del crismón, así, en el documento que Sancho VI el Sabio extiende el fuero de Estella a los vecinos del Barrio del Arenal (1188), podemos ver —figura 3—, un signo fácil de relacionar como una variante del crismón. Por la fecha vemos que este signo en concreto debe situarse, en relación al Románico —Primer Románico: 1000-1076; Pleno Románico: 1075-1150 y Tardorománico: 1150-1200— en el Tardorománico.




El crismón de 6 aspas ¿nexo de unión entre la religión astral pirenaica y el Cristianismo?


 Para terminar, resumiendo y repitiendo, copiando también reflexiones realizadas en otros lugares. Seguimos, con ánimo de continuar una aproximación entre el cromlech pirenaico y la cristianización. Volvemos al crismón de 6 radios con el que hemos iniciado la elucubración. Las figuras 4 y 5, compuestas de 6 brazos, señalan el significado astronómico del cromlech pirenaico, y la analogía cromlech pirenaico-crismón. El crismón, con extraordinaria frecuencia, está presente en el arte románico, desde el Pirineo —a ambos lados de la frontera franco-española— hasta Compostela y, también fuera del propio Camino. Del crismón en su versión de símbolo de Cristo se pueden leer en Internet, diversas versiones, así:
En Wikipedia: “El Crismón es el monograma de Cristo. Consiste en las letras griegas X (ji) y P (ro), abreviatura de XP(ISTOS), Cristo, sobrepuestas. A estas se le pueden añadir, una a cada lado, las letras alfa (α) y omega (Ω), que representan el principio y fin de todas las cosas.”
En www.lycos.es : “Por lo complejo de su historia es un símbolo que ofrece unas muy especiales dificultades; todo el mundo sabe que su gran difusión se produce en su forma de lábaro constantiniano pero...
Con anterioridad ya era utilizado por los primeros cristianos que, como es lógico, no se lo habían inventado de la nada (parece que, retrocediendo en el tiempo, había sido emblema del antiguo dios caldeo del cielo).”
El dios Caldeo, mejor sumerio, del cielo —An—, fue Anu. Anu como se viene diciendo por escrito desde hace más de un decenio, está presente con profusión en la toponimia, empezando por la emblemática cordillera, los Pirineos, que alberga el cromlech pirenaico. La cordillera que se extiende de E.-O., se llamo en un principio ‘montes Auna’ ¿o, Anua? —en cualquier caso, con bastante probabilidad, Montes de Anu—; en su versión más moderna, Pirineos, pudiera venir de pire y Anu, es decir, con el sumerio, algo así como ‘montes del brillante Anu’ o ‘montes brillantes de Anu’, en significado nada sorprendente para designar la habitualmente nevada cordillera, relacionada además, a poco que se profundice, con Mesopotamia, cuna técnica y espiritual de los cientos de cromlech  que emplazaron, en esta cordillera, representando estrellas, en buena parte del Camino de Anu —ver tablas Mul-Apin—.
La relación del cromlech con el crismón, es una de las primeras analogías que surgieron en la mente del autor, al ir intentando descubrir simbolismos presentes en el cromlech pirenaico y reflejados en el Románico. En este sentido el cromlech de Piedrafita de Jaca como el de Pagolletako Gaña y otros muchos, parecen tener muy razonables similitudes con un crismón de 6 brazos: las aspas solsticiales, marcando el principio y el fin del año —el A y W, posteriores del crismón— y el eje N-S sobre el que giraba la tierra o el firmamento, según épocas y culturas.
A título de ejemplo del crismón de crismones de 6 brazos, se muestran, por su sencillez, dos copiados de www.claustro.com, figuras 4 y 5.
Figura 4

El primero, figura 4, desaparecido, pertenecía a la derruida casa abadía de Santa Cruz de la Serós (Huesca). En la que estuvo grabado en relieve sobre el dintel de una ventana y colocado, mas tarde, como alféizar en la misma. El crismón sorprende por su ingenuidad y poco cuidada ejecución. Dando la impresión de ser un ‘grafiti’ de espontáneo, más que trabajo de maestro cantero actuando con una idea de conjunto y siguiendo unos planos.
Figura 5

En segundo lugar, figura 5, el de Barbenuta —Iglesia parroquial de San Martín, Huesca—, se ha seleccionado por su sencillez y por entender que su simbolismo es cercano al del cromlech de Piedrafita de Jaca y su paisaje. Partiendo de este círculo y de otros como él no resulta difícil entender el simbolismo del crismón, o, al menos, encontrar para estos símbolos explicaciones llenas de sentido común y de coherencia astronómica.
En principio, como se viene diciendo, los crismones de 6 brazos podrían representar: sus brazos en aspa, los dos ejes solsticiales y el eje N.-S., el Norte de giro de la tierra, donde nada se mueve, morada de los dioses en algunas culturas y referencia obligada a la hora de representar con círculos y sencillez numerosas efemérides astronómicas, y, el Sur, punto de culminación de todos los astros.
Diría que estos crismones de 6 brazos de dos pies de oca unidos por sus vértices, que dice Fernando Sánchez Dragó, en Historia Mágica del Camino de Santiago, Planeta 1999, p. 101, pudieron ser los primitivos, por ser los que mejor señalan, al tener un número de brazos múltiplo de 3, el año de tres estaciones. Se ha contado ya en otros lugares, el paso del año de tres estaciones —bastante común en las primeras culturas agrarias de las que tenemos noticia histórica— a cuatro, debió de ser traumático en el Pirineo, como lo fue en otros muchos lugares, Grecia incluida. Con él se produjo un cambio de poderes. Hecho que en el Pirineo, todo apunta, vino de la mano de la cristianización —¿fueron los Agotes, los últimos creyentes de la religión astral?, difícil de saber, pero hay quien dice que éstos fueron expertos astrónomos; en cualquier caso, les obligaron a llevar una pata de oca bordada en su túnica—. La religión anterior debió de ser lunisolar, pero de claro dominio lunar, en tanto que, con el Cristianismo, no así en el Islam, los ciclos lunisolares, aún siendo tenidos en cuenta, pasaron a segundo término, empezando a ser, caída ya en el olvido aquella religión astral, el año solar el casi único ciclo tenido en cuenta, por los mortales de nuestros días. De cualquier forma, parece que la medición, sincronización y control de los ciclos vitales que, en definitiva, son ciclos de tiempo que, ineludiblemente, rigen nuestras vidas, fueron controlados por los capitostes responsables de las primeras religiones, y, más tarde, por los responsables de las religiones modernas, si bien, los sacerdotes de Mesopotamia empezaron a realizar observaciones continuadas y, mediante ellas, llegaron a alcanzar el conocimiento científico de los ciclos. En definitiva, el conocimiento del calendario, su aplicación y su manejo, que fue en un principio origen de mitos, pasó con el transcurso del tiempo a ser fuente de poder…
—¿ Y ?
—Nada, pero, es preciso repensar esta historia, volver a los tiempos en los que estos conceptos estaban vigentes y meterse en la mente de sus gentes. Mal asunto, lo dice referido a temas similares Giorgio de Santillana en el prólogo de su Hamlet’s Mill, se levanta “…un verdadero Muro de Berlín, hecho de indiferencia, ignorancia y hostilidad”.
El hecho cierto es que de haber existido hacia el 600 a.C., como se desprende de la interpretación del cromlech pirenaico y del Camino de las estrellas, cuando menos en el Pirineo y en el norte peninsular, una pujante y bien fundamentada religión astral, se deberían encontrar restos y vestigios de la misma, en la religión que vino a continuación con afanes universales. Como es sabido, esta religión fue el Cristianismo. Ya en éste, antes de analizar referencias astrales presentes en el Románico, vemos a primera vista, en un ligero repaso, que prácticamente todas las religiones heredadas de tiempos protohistóricos e históricos tienen en buena parte clara inspiración astral. Ciñéndonos al caso en estudio: relación entre la hipotética religión astral pirenaica y el Cristianismo, podemos observar en éste, que su liturgia y santoral están adaptados al ciclo solar anual, desde el simple nacimiento de Cristo, realizado en el solsticio de invierno, cuando se produce el giro solsticial y los días comienzan a alargar.